Juntemos un virus hasta ahora desconocido, un desplome en los precios del petróleo y el gobierno con menores capacidades de gestión de los últimos 30 años y tendremos los ingredientes necesarios para la tormenta perfecta. Más allá de los terribles efectos que en materia de salud podría tener la expansión descontrolada del COVID-19 en nuestro país, no podemos olvidar que también tendrá importantes consecuencias económicas.
Cierto es que ningún gobierno pudo haber previsto la repentina irrupción del Coronavirus o la guerra petrolera desatada -a causa de este- entre Arabia Saudita y Rusia. Sin embargo, todo gobierno y el mexicano no es la excepción, sí es responsable de la buena o mala gestión de su economía, de lo que dependerá su capacidad para hacer frente con éxito a este tipo de situaciones. Al tenor de lo anterior, existe un consenso generalizado en el sentido de que México entrará en recesión. La pregunta que se hacen los especialistas gira en torno a cuál habrá de ser su tamaño. Por ejemplo, para Bank of America, la contracción de la economía mexicana, para 2020, se estima en un 4.5%, le sigue Credit Suisse con un 4%, Citibanamex con 2.6%, Barclays con 2%, JP Morgan con 0.4% y Goldman Sachs con 0.1%. Por el lado optimista, la OCDE y el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP) son los únicos organismos que proyectan un crecimiento económico por el orden de 0.7% y 0.5%, respectivamente. Frente a este escenario, el Gobierno de la República parece rebasado por la vertiginosidad de los acontecimientos, sin apenas acciones para mitigar los problemas económicos que se vienen. Por el contrario, el presidente se encuentra obstinado en creer que proyectos como el tren maya, el aeropuerto de santa lucía o la refinería de dos bocas, también se convertirán en salvadores de la economía mexicana. Para su mala fortuna, la mayor parte de los especialistas señalan lo contrario. Lo trágico de esta situación, es que quienes más resentirán las secuelas de una crisis económica serán los sectores más vulnerables y aquí será poco lo que una pensión, un programa de aprendices u otro para sembrar árboles, puedan lograr para mejorar su calidad de vida. El problema, de nueva cuenta, es que el presidente López Obrador no ha realizado el trabajo que le corresponde. El ejemplo más reciente de la indolencia gubernamental lo acabamos de vivir en la ciudad de Mexicali, en donde se organizó una consulta para determinar la apertura de una empresa que, presumiblemente, contaba con los permisos necesarios para su operación. Se trata de un primer ejercicio en el que se somete el Estado de Derecho al capricho de la muchedumbre. Pero también, constituye un pésimo precedente para la generación de inversiones. Lo he repetido ya en muchas ocasiones: sin inversión no hay empleo y sin empleo no puede haber el tan pregonado bienestar. Un presidente en campaña, preocupado y ocupado por las próximas elecciones es lo que menos necesitamos ante un escenario como el que se vive. Ante la emergencia del COVID-19, el presidente va desnudo y exhibiendo sus miserias.
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Si hay un candidato que puede vencer a Donald Trump ese es Joe Biden. Salvo que existiera un sistema que midiera la intensidad en las preferencias de los votantes, las posibilidades de que Bernie Sanders llegue a la presidencia de los Estados Unidos son más bien escasas. Cierto es que Sanders concita mayor fervor entre sus simpatizantes, respecto a la intensidad de los seguidores del otrora vicepresidente. No obstante, sería un error asumir que los seguidores de Sanders reflejan al votante promedio.
La ciencia política norteamericana ha acuñado el concepto de “votante medio” para hacer referencia (hago en lo subsiguiente una importante simplificación) a aquél que se encuentra ocupando una posición intermedia en un continuo imaginario en la ideología política izquierda – derecha. De hecho, es plausible pensar que la mayor parte de los votantes se sitúen precisamente alrededor de este votante imaginario, teniendo en los extremos a un menor número de electores altamente ideologizados. Lo anterior es muy relevante en un sistema electoral mayoritario y por tanto en un entorno bipartidista. Si son solo dos los candidatos con posibilidad de ganar la elección, el triunfo lo conquistará aquél que sea capaz de inspirar confianza en los votantes que se aglutinan en torno al centro. Es precisamente en este segmento de electores en donde Biden puede ser más competitivo. Más allá de si Bernie Sanders merece o no ser calificado como un socialista, la realidad es que así lo percibe una buena parte del electorado. En política la percepción cuenta y al final, fue lo que terminó por hundir a Hillary Clinton, a la que siempre se le percibió con desconfianza. El voto duro para los demócratas no es suficiente para poner a su candidato en la presidencia. Quien aspire derrotar a Donald Trump deberá convencer a millones de electores que en la anterior elección decidieron otorgar su confianza al actual presidente, pero que -sin embargo- no podríamos calificar de extremistas de derecha. No olvidemos, además, que la Presidencia de Trump ha logrado gozar de un período de bonanza económica que no podemos desdeñar. Si algo es valorado por el ciudadano norteamericano es precisamente la estabilidad económica. Si Bernie Sanders se alzara con la victoria, me temo que posterior al entusiasmo entre sus simpatizantes, el Partido Demócrata tendría que lamer las heridas de lo que bien podría ser una de las más estrepitosas derrotas en su historia. Sanders, podría contar con el voto de los suyos y del resto del electorado demócrata, pero difícilmente podría hacerse del voto centrista necesario para su elección. Lo peor, es que en su intento, podría arrastrar al resto de candidatos. De ahí que varias voces señalen que una candidatura de Sanders pondría en peligro el control demócrata en la cámara de representantes y convertiría también en un sueño guajiro el control del Senado. Hoy por hoy, y más allá del entusiasmo de los simpatizantes, Joe Biden es la opción sensata para conquistar al elector moderado, sin el cual obtener la Presidencia de los Estados Unidos es como la película: misión imposible. |
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September 2020
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